La figura de Xóchitl Gálvez se ha convertido en un enigma político que ha capturado la atención nacional. Hace apenas unas semanas, la senadora se presentó en la puerta de Palacio Nacional con la orden de un juez para ejercer su derecho de réplica ante supuestos señalamientos erróneos del presidente López Obrador. Sin embargo, la respuesta del mandatario fue reservarse el derecho de admisión, insinuando que Gálvez buscaba publicidad para una posible candidatura.
El panorama político cambió rápidamente cuando López Obrador comenzó a mencionar repetidamente el nombre de Gálvez en sus conferencias matutinas, presentándola como la candidata de la oposición y señalando los contratos millonarios de sus empresas. Esta estrategia, según algunos analistas, podría haber sido un error del presidente al hacer de Gálvez una figura tan visible que ahora se le considera la virtual candidata del frente amplio conformado por los partidos de oposición.
La posible candidatura de Gálvez parece haber sido catalizada por las menciones constantes de López Obrador, lo que podría haber sido un triunfo para ella. Sin embargo, el presidente también saca provecho de esta situación. Primero, parece haber aprovechado la ambición desmedida de sus adversarios para desviar la atención de la contienda interna de su coalición. Segundo, al dirigir la atención hacia un adversario externo, promueve la unidad al interior de su movimiento. Y tercero, la sobreexposición de Gálvez y su asociación con figuras impopulares podrían desgastar su candidatura a largo plazo. En última instancia, el destino de la candidatura de Gálvez está por verse, pero su ascenso rápido en el panorama político mexicano es un reflejo de la compleja dinámica entre el poder y la ambición en la política nacional.